Las temporales del Prado - El arte de Clara Peeters, Inmaculadas y La infancia descubierta

Aún recientes en nuestra memoria las fantásticas y oníricas imágenes de la exposición dedicada a la obra de El Bosco (con sus inevitables e interminables colas), el Museo del Prado recupera su ritmo habitual y encara el último trimestre de 2016 con tres nuevas muestras temporales. 



La primera de las muestras está centrada en la obra de la pintora flamenca Clara Peeters, mientras que las otras dos giran en torno a obras recientemente incorporadas a los fondos del museo: Por una parte, cuatro obras sobre el tema de la Inmaculada Concepción, procedentes de la donación realizada por Plácido Arango Arias y por otra, el lienzo “Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Dª. Josefa de Borbón”, obra de Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina. Tres nuevas exposiciones, tres excusas (si es que hace falta alguna), para visitar el más importante y visitado museo de la capital de España.


El arte de Clara Peeters

Sobriedad, elegancia, delicadeza y gusto por el detalle

Tras su exhibición en Amberes, el Museo del Prado presenta, en colaboración con el Koninklijk  Museum voor Schone Kunsten y el Museum Rockoxhuis de la ciudad belga y el Gobierno de Flandes, esta exposición dedicada a Clara Peeters, pintora flamenca del S. XVI perteneciente a la primera generación de artistas europeos especializados en bodegones y una de las pocas mujeres que, en un mundo de hombres se dedicó a la pintura de forma profesional.


La exposición, comisariada por Alejandro Vergara, Jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte, cuenta con quince obras relevantes de Clara Peeters, fechadas entre 1611 y proceden de colecciones particulares, instituciones del norte de Europa, Reino Unido, Estados Unidos y del propio Museo del Prado. 



Quince obras que incluyen aves, pescados, mariscos, frutas, verduras, dulces... acompañados de vajillas, objetos de vidrio soplado, candelabros, porcelana, copas y tazas de plata dorada, saleros de plata y toda clase de piezas, asociadas a la opulencia y el buen gusto, minuciosamente pintados tanto en sus formas como en sus texturas, en los que se observa un elegante y sobrio contraste entre los objetos iluminados y los fondos oscuros. Clara Peeters nos muestra a su manera, los gustos y costumbres de las clases acomodadas de la época que le tocó vivir.

Un brevísimo apunte biográfico



Poco se sabe de la vida de nuestra protagonista, salvo que probablemente su padre se llamaba y que casi con total certeza, nació en Amberes entre 1588 y 1590, siendo bautizada en la Iglesia de Santa Walpurgis el 15 de mayo de 1594. En esta ciudad de Flandes vivió y desarrolló su carrera como pintora, recibiendo encargos de las clases acomodadas y la nobleza. No se sabe nada a cerca de su formación, aunque  su estilo muestra un indudable parecido con la obra de Osias Beert, con claras influencias de los bodegonistas holandeses. Su primer cuadro, “Bodegón de galletas” data de 1607 y el último “La Virgen y el Niño dentro de una corona de flores” de 1621. Contrajo matrimonio con Hendrick Joossen en 1639 y ni siquiera sabemos con seguridad la fecha exacta de su fallecimiento.

La obra de Clara Peeters


Una de las características más sorprendentes de las pinturas de Clara Peeters reside en que, en al menos ocho de sus cuadros incluyó autorretratos apenas visibles, reflejados en las superficies de jarras y copas, seis de los cuales se pueden contemplar en esta exposición.


Así, en “Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre”, en la copa y la jarra podemos ver a la pintora con un tocado, un gran cuello y un vestido de hombros altos, mientras que en otros como “Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas”, “Bodegón con quesos, almendras y panecillos” y “Bodegón con quesos, gambas y cangrejos de río” es únicamente la cabeza de la artista lo que aparece reflejado en las tapas de las jarras. 



En “Bodegón con flores, copas doras, monedas y conchas” aparecen reflejados en la superficie de la copa situada a la derecha siete autorretratos en los que aparece con pinceles y paleta, sin duda una forma de reafirmar su  condición de mujer pintora en una época en la que ni las leyes, ni las costumbres permitían  que las mujeres desarrollaran cualquier tipo de actividad profesional. Igualmente dejo su nombre bien legible en los mangos de al menos seis cuchillos de plata, que podemos ver en algunos de sus cuadros.



 Incluso en la pintura titulada “Bodegón con copas de cristal”, fechada en 1607, podemos ver como una de las pastas de la bandeja tiene forma de P, la inicial de su apellido.


En el S. XIV, el escritor y humanista Giovanni Bocaccio escribió las siguientes palabras:

 “El arte es ajeno al espíritu de las mujeres pues esas cosas solo pueden realizarse con mucho talento, cualidad casi siempre rara en ellas”



Así que, no resulta extraño que en ese contexto histórico, tan solo un reducido  número de mujeres, como Catharina van Hemessen, Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Fede Galizia o Isabel Sánchez Coello lograron ser pintoras profesionales. Artistas todas ellas que o bien aprendían a pintar con sus padres o con un profesor particular, cuya esposa vigilaba mientras tanto. Y por si todas las dificultades anteriores no bastaran, el acceso a las clases de desnudo, la única forma de aprender a dibujar la figura humana, estuvo vetado a las mujeres durante siglos. Pintar bodegones, incluso a finales del S. XIX, era una de las pocas oportunidades si una mujer quería dedicarse a la pintura de modo profesional.



El broche final de la exposición lo pone la tabla titulada “El gusto”, pintada en 1618 por Jan Brueghel el Viejo y Peter Paul Rubens. Una pintura que permite al espectador apreciar fácilmente la influencia en la obra de Clara Peeters del estilo pictórico imperante en Flandes a principios del S.XVII.



Clara Peeters, no solo fue una pionera, una adelantada a su tiempo, fue también la primera mujer cuya obra fue exhibida en el Museo del prado, antes incluso que Sofonisba Anguissola. Y aún hay más, con esta exposición la pintora flamenca se ha convertido en la primera pintora a la que la pinacoteca madrileña, en sus casi 200 años de historia, dedica una monográfica.

El arte de Clara Peeters - Museo Nacional del Prado – Del 25/10/2016 al 19/02/2017.


Inmaculadas

Donación Plácido Arango Arias

El Museo del Prado amplía el número de obras expuestas de la donación del empresario Plácido Arango con cuatro cuadros que se suman a los cinco ya en exposición y que cuentan con una misma temática: la Inmaculada Concepción, realizados por Francisco de Zurbarán, Mateo Cerezo y Juan de Valdés Leal.



El pasado año 2015, Plácido Arango, anterior presidente del Real Patronato del Museo del Prado, realizó una donación de obras al Museo del Prado, reservándose el derecho de usufructo. Cuatro de estas obras centradas en el tema de la Inmaculada Concepción se podían ya disfrutar en las salas del Prado y, a partir de este otoño, a los lienzos de Francisco de Zurbarán, Mateo Cerezo y Juan de Valdés Leal, se unirá una quinta Inmaculada, en esta ocasión de Francisco de Herrera el Mozo.


El tema de la Inmaculada Concepción, fue uno de más habituales entre los artistas españoles del S. XVII como muestra del ideal de belleza femenina. Las obras seleccionadas, fechadas entre 1630 y 1680, nos permite comprobar las dos formas de ver a  tratar la figura de la Inmaculada Concepción: una centrada en la intimidad, el recogimiento y la concentración, y la otra, más barroca, dinámica y llena de color. El visitante podrá disfrutar mientras observa la Inmaculada más antigua de la donación y la que custodia el Prado, ambas de Zurbarán, pero muy diferentes  en lo tocante a composición e iconografía: frente al formalismo y la introspección emotiva de la segunda de ellas, propiedad del Museo del Prado desde 1956, la procedente de la donación Arango destaca por el amplio vuelo de su túnica.


La segunda Inmaculada de Zurbarán procedente de la donación, fechada en 1656, se inspira en  las Inmaculadas sevillanas de la segunda mitad del S. XVII.


Por su parte, Juan Valdés Leal, fechada en 1682, realiza una obra introspectiva y delicada, en la que aparece una jovencísima María.



La Inmaculada de Mateo Cerezo, pintada hacia 1660 es un magnífico ejemplo del dinamismo y la amplia gama cromática de la pintura madrileña de finales del S.XVII.


Y para finalizar nos encontraremos con la última pintura de la donación de Plácido Arango Arias, la Inmaculada de Francisco de Herrera el Mozo, uno de los pintores más cotizados en Sevilla y Madrid a mediados del S.XVII. Con su Inmaculada, Herrera plantea una contención emotiva poco habitual en la época. Destacan en esta obra la nitidez cromática, a base los tonos marfileños de la túnica y el azul profundo del manto, así como la cuidada composición y su expresividad.

Inmaculadas. Donación Plácido Arango Arias – Museo Nacional del Prado – Del 04/10/2016 al 19/02/2017.


La infancia descubierta

Retratos de niños en el Romanticismo español

Para esta última temporal del otoño, comisariada por Javier Barón, Jefe de Conservación de Pintura del S.XIX, el Museo del Prado ha seleccionado ocho retratos infantiles del período isabelino, fechados entre 1842  y 1855, pintados en Madrid y Sevilla. Ocho formas diferentes de pintar e interpretar un único tema: la infancia.
Una breve exposición organizada en torno a la última adquisición del Museo del Prado: “Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Dña. Josefa de Borbón”, pintada en  1855 por Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina.


En Madrid Vicente López en su “Retrato de Luisa de Prat y Gandiola, luego marquesa de Barbançon” nos presenta a la niña como una mujer a escala.


Rafael Tegeo en “ Niña sentada en un paisaje”, nos presenta a la niña tal cual, infantil y sin pretender darnos la imagen de un adulto.


Federico de Madrazo, se inspiró en Velázquez para su “ Retrato de Federico Flórez Márquez”, mientras que Luis Ferrant, lo hizo en la pintura española del S.XVII en su obra “Isabel Aragón Rey”


Siguiendo en Madrid, Carlos Luis de Ribera en “Retrato de niña en un paisaje” y Joaquín Espalter en “Manuel y Matilde Amorós”, pintan a sus modelos siguiendo el estilo entonces imperante en Europa situándolos en parques o paisajes. 


En cuanto a Sevilla, Antonio María Esquivel y Valeriano Domínguez Bécquer en su "Retrato de niña", se inpiraron en la pintura de Bartolomé Esteban Murillo con su gran atención a los rostros y las manos de los infantes y en el estilo británico con la naturaleza de fondo.

Por último, nos detendremos ante la obra central de esta exposición: “Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Dña. Josefa de Borbón”.

Esquivel nos presenta a los protagonistas, como si de una escultura se tratase, representados como pastores arcádicos, vestidos solo con pieles y mientras ponen en libertad a unos jilgueros hasta entonces encerrados en su jaula. Una obra singular que representa los ideales liberales acerca de la educación libre defendida por el padre de los niños, el escritor cubano José Güell, autor de las siguientes estrofas, que bien podrían haber inspirado a la hora de llevar a cabo la pintura que nos ocupa:

“No te importe vivir en la pobreza / si puedes aspirar al aire puro / y ver la luz del sol y la grandeza / de la noche que llena el cielo oscuro / Y no adornes tu frente con laureles / ni que la luz del sol nunca te vea / ridículo, vestido de oropeles / ni del poder llevando la librea”



Y así llegamos al final de estas tres nuevas temporales y
al final de esta nueva entrada de De Rebus Matritensis. Tres estupendas exposiciones, tres magníficas excusas para visitar el Museo del Prado.



Museo Nacional del Prado
Paseo del Prado, s/n – 28014 Madrid

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